http://www.lavozdecordoba.es/convozpropia/2017/01/03/barberos-sacamuelas-cordoba/
En la documentación notarial custodiada en el Archivo Histórico Provincial de Córdoba encontramos alusiones a barberos en el siglo XV. Si bien tradicionalmente se dedicaron en exclusiva a la vertiente higiénica (lavado, corte y peinado de cabellos o rasurado de barbas –en una época en que los piojos estaban a la orden del día-), con el tiempo incorporaron a su oficio la práctica de pequeñas operaciones como la sutura de heridas, la apertura de abscesos superficiales, el arreglo de luxaciones y, en especial, la sangría terapéutica (o flebotomía), muy habitual desde el siglo XI, sin desdeñar la extracción de piezas dentales.
Mientras me documentaba para realizar mi tesis doctoral, encontré algunos textos en los que se aludía a los instrumentos y mobiliario que usaron los barberos de la Córdoba del siglo XV. Así, por ejemplo, sabemos que se valieron de tijeras, peines o navajas (para arreglar los cabellos y barbas) y de lancetas, herramientas que se emplearon específicamente para realizar sangrías. No olvidemos que estos profesionales desempeñaron, además, funciones propias de médicos, dentistas o cirujanos, como ahora veremos. De igual manera, en los documentos se hace mención a piedras para afilar las navajas y tijeras, según se constata en la carta de aprendizaje de Diego, hijo de un labrador, fechada en septiembre de 1468. Según ésta, el chico -un joven de 17 años natural de la villa de El Carpio-, entraría por aprendiz con el maestro barbero Alfonso para que le enseñase su oficio durante un trienio. Después de este tiempo, recibiría en enmienda ciertas prendas de ropa y, lo que aquí nos interesa, un herramental con cuatro navajas, unas tijeras, un peine y una piedra, todo nuevo.
El gremio de barberos y barberos-sacamuelas se situaba, desde la Baja Edad Media (siglos XIV y XV), en la categoría más ínfima de la cirugía. Por debajo de éstos se encontraban los sacamuelas-charlatanes, cuya práctica de una odontología degradada fue despreciada por universidades y médicos, tal y como leemos en “Los sacamuelas europeos en los siglos XVI y XVII”, artículo de la Licenciada en Odontología Fátima Martín Muñoz. Estos barberos-sacamuelas extraían los dientes cuando dolían y poco más, pues aún en el siglo XVII –centuria de apogeo de los sacamuelas callejeros- la cirugía bucal seguía sin interesar a las autoridades académicas. Esto explica que cualquier valiente osase presentarse en público, consolidándose así la figura del sacamuelas, que buscaba de pueblo en pueblo captar el mayor número de “clientes” posible.
Aunque salvando las distancias, hoy existen muchas clínicas dentales que incitan a la extracción dentaria, algo que personalmente no recomiendo, dada mi dentofobia. Hace meses tuvieron que sacarme una muela y fue una de las peores experiencias “médicas” de mi vida, a pesar de la buena praxis –y la infinita paciencia- del dentista, todo sea dicho. Considero que el buen estomatólogo es aquel que procura sanar los dientes del paciente por todos los medios y que solo procede a la extracción cuando no hay otras opciones. Esto es lo que defiende a ultranza mi sufrido odontólogo Agustín Alcántara (director de la Clínica Dental Alcántara, en Avda. Gran Vía Parque, 41). Aprovecho estas líneas para agradecer que dicho pánico a acudir a la consulta haya menguado de forma considerable.
Parece que no hemos cambiado tanto, pues la moda de los implantes dentales (aunque éstos no sean totalmente necesarios) es una auténtica realidad. Recordemos que desde el Medievo se alude a sacamuelas-charlatanes cuya existencia se documenta hasta bien entrado el siglo XIX, de los que se decía que engañaban al público con sus embustes y falsas promesas llenas de palabrería. La consideración que se tenía de estos empíricos –también denominados flebotomianos, puesto que eran los encargados de realizar sangrías- no era precisamente positiva. De hecho, en muchas consultas odontológicas de la España del último tercio del siglo XIX podían observarse placas como la siguiente: “Hemos pagado 200 pesetas de derechos, como ordena el Real Decreto de 4 de junio 1875 y otras disposiciones posteriores para ejercer nuestro oficio dedicado a conservar la dentadura, curar sus enfermedades y reparar artificialmente sus faltas, habiendo demostrado nuestra habilidad y ciencia ante tres doctores en Medicina y dos cirujanos dentistas. NO SOMOS SACAMUELAS, trajín propio de charlatanes que dan coba para desdentar a los timados”. A buen entendedor…